De acuerdo con datos de La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO por sus siglas en inglés, durante el año 2017 se consumieron alrededor de 330 millones de toneladas de carne, con un promedio de consumo per cápita de 43.6 kg al año, esta cantidad representa cinco veces más que en los años 60.
Con aumentos significativos en la población y un terreno limitado para la ganadería, la industria avícola y la industria porcina, los científicos y empresarios están a la búsqueda de nuevas fuentes de proteínas alternativas que puedan satisfacer las necesidades de los consumidores de manera sostenible para el planeta.
Una opción para sustituir el consumo de proteína de origen animal es el consumo de insectos. Debido a que los insectos pueden ser criados en zonas muy pequeñas, necesitan de menos alimento, aportan un menor impacto negativo en el ambiente y contienen un mayor porcentaje de proteínas por peso que la carne. Es por eso que el consumo y el desarrollo de productos a base de insectos se vuelve más atractivo, de acuerdo con datos de Globenewswire, el mercado global de proteínas de insectos tuvo un valor de $152 millones de dólares en el 2018.
En México, el consumo de insectos no es algo nuevo, alimentarse de chapulines, gusanos, hormigas, entre otros, es algo que se realiza en el país desde tiempos prehispánicos. En la actualidad, se ha demostrado que estos insectos tienen un alto contenido de proteínas, de hecho, la harina de chapulín, uno de los insectos comestibles más populares de México, puede tener de 50% a 70% de proteína por kilogramo.